Por los cielos extremeños volaba la torcaz,
y tu con admiraciòn la contemplabas;
el cazador con el corazón duro las observaba,
y ella incauta no se percataba.
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Era la luz de la luz, de la mañana
calor en el calor, de una mañana soleada;
un otoño de tempranas montaneras,
de suave solano y algunas ventisqueras.
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Aire en el aire, de grandes bandadas
y tú cazador indeciso las contemplabas;
tú las veías y eras muy libre de amarlas,
o sacar tus malos instintos y matarlas.
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Porque la libertad se aprende
porque ser libre y respetar, se aprende;
como los niños, aprenden a ser buenos o malos,
como el rió a cantar aprende los pàjaros.
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No le importaba a la torcaz su belleza,
ni presumía de su majestuosa grandeza;
pues vanidad y orgullo no abrigaba,
soló quería ser reina donde anidaba.
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Tenia unas señas de identidad muy claras
que son esas pintas blancas en cuello y alas;
soló volar y amar el mundo,
y ser veladora de un sueño profundo.
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Tus ojos eran sus ojos
y no los del cazador con dañinos antojos...!
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