Había una barcaza esperándonos, entre los árboles y la niebla,
con personajes torvos en los mares de Ceuta,
en la noche de la tierra sepultada por los siglos;
y más allá del estrecho, estaba
Gibraltar, con sus luces montesinas,
donde se apiñaban, con fervor, aunque tristes..
un gentío, entre moros y españoles
que pacientemente nos esperaba.
En aquel legendario castillo, rodeado por un gran foso,
lleno de hambrientos cocodrilos y feroces caimanes;
que en otro tiempo fue la defensa inexpugnable
de la antigua ciudad de Ceuta.
Hoy un bello paraíso turístico incomparable.
Llegábamos exhaustos, con las carnes cansadas
algo flácidas por la larga caminata,
un aire inmóvil de levante, con flecos de humedad,
flotaba en el ambiente, -todo estaba en su sitio-.
La niebla aún más cerrada, quería tapar
el azul del cielo y el turquesa de la mar;
dispusimos la marcha a la frontera de Marruecos,
donde las circunstancias no nos permitieron cruzar..
Mi esposa me miraba y decía:
¿Qué hacemos aquí ya...?
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