Era mediados de agosto, era un caluroso día,
yo, solo, por entre los resinosos pinos subía,
entre sus alargadas sombras pausadamente
cada trecho me paraba, para oír la cigarra y secar mi frente;
y respirar un poco de oxigeno gratis,
en la mano, un rustico cayado pastoril, mis podencos
en su afán buscaban, el conejo entre la aulaga adormilado...
Trepaba por los riscos, hollando las hierbas montaraces,
con exquisito aroma a tomillo y a romero, salvia y espliego
sobre los agrios campos, caía un sol de fuego.
Por el cielo volaba un buitre leonado, con majestuoso vuelo,
cruzaba solitario, entre el algarin y el cielo.
Desde allí, se divisaba a lo lejos, el pinsapar de Grazalema
en el valle la presa, serena como una jema.
Cárdenos alcores sobre la parda tierra
¿la vega de la llave, de aquella lejana guerra?.
A la izquierda, la serrezuela, la calva del cabreo
en el puerto de la bodega, las vacas y el bollero.
En el fondo Algodonales,
con sus naranjos y sus verdes maizales.
Desde el algarin, esa gran colina
que se adorna con una vana y retorcida encina.
Y allá en el fondo rumia, las margenes del río
donde se lucen los grises olivos al claro sol de estío,
mientras aquí descansa este cuerpo mío....!
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