No puedo más: piensa el toares nómada,
parar aquí, después de venir de tan lejos,
sabiendo que ni mi huella ni mi semilla
germinaran en esta arena estéril.
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Este felino me avisa que será desagradable mi estancia
ni herida mía alguna he de dejar en esta arena,
sin buscarle los ojos a esta tierra;
sin obligarla al menos a que se pronuncie.
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Es que no cesa en su manía
de estrujar sus guijarros,
su polvo su hosco viento de levante
peinando las dunas solitarias.
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Que ni comprende el porque de sus miserias
ni se exalta ni se preocupan:
pero qué harán con su existencia milenaria,
y más grave cuando el nómada se aleje.
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El toare piensa: mi tienda siempre llena de arena,
mi lengua embotada con esta tierra,
mi bandera con los colores de España,
mi nostalgia vasta y caprichosa
y mi alma que quedó prendada de los ojos de aquella morena.
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Mi amor ingenuo y mi felicidad irónica
perdida en estas estéril arenas,
mi porvenir sin nombre, mi memoria deslumbrada
en el amor incurable del olvido.
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