La niña desea su juguete
lucha con lo que posee, para conseguirlo,
utiliza sus mejores armas,
el llanto y su sonrisa,
hasta ablandar el corazón del abuelo.
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Lo acuna con su mejor repertorio
como cantos de caracolas;
habla con él y para él,
al fin y al cabo es su juguete.
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Le riñe como a un hijo
prueba con sus armas de mujer;
que ya posee,
con ese instinto de madre que ya tiene,
la memoria genética del parto.
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Algo le está llamando la atención,
mientras el abuelo parece que duerme;
introduce el dolor máximo
toma su juguete lo monta,
con la misma ilusión lo jalea: !Arre caballito!.
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Luego lo destroza, lo desarma
y pretende jugar con los pedazos;
pero yo ya no estoy para verlo,
me quedé dormido hace rato...!
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